miércoles, 24 de diciembre de 2003


Dr. Jaime Barylko

“Esos árboles, esos bellos árboles”
Una semblanza de Jaime Barylko

El Centro Cultural Pueblo Blanco no hubiera sido el mismo, el prestigio alcanzado no hubiera sido tal, sin la presencia del tzadik Jaime Barylko Z’L’, quien durante ocho temporadas ininterrumpidas nos iluminó con su pensamiento y reflexiones sobre la vida, los hijos, la familia y los valores humanos.
Su ciclo de conferencias, por lo regular de tres charlas por verano, concitaban el interés de un público siempre numeroso, y no eran pocos los periodistas que se extrañaban y preguntaban cómo podía ser que en un balneario conocido por el auge y promoción de lo “fashion” y la “cultura light”, pudiera reunirse tanta gente para escuchar con unción, sin que volara una mosca, nada menos que a un filósofo, antítesis de lo trivial y farandulesco.

Ése era el poder, la enorme capacidad de Barylko, que con un léxico sencillo y accesible, llegaba al corazón de cada persona, planteando sin ambages los temas más complicados, y brindando siempre una salida, un hilo de luz para salir de la oscuridad.

El amor de su vida, Jaia, siempre lo acompañaba, a veces simplemente para estar a su lado y hacerle algunas recomendaciones y sugerencias, otras para dictar ella misma algún seminario sobre la kabalah, tema en la que es especialista.

Siempre, antes de cada conferencia, se imponía una caminata por los bosques de San Rafael. Jaime ordenaba sus ideas, preparaba mentalmente la conferencia, respiraba aire puro, y se deleitaba en su paseo contemplando las arboledas del barrio, aunque sorprendido porque año a año, en beneficio del supuesto progreso, el bosque iba disminuyendo en extensión. “Cada año que pasa, querido Betto, veo más casas y menos árboles”, solía decirme con cierta pena.
Fátima, que había hecho desde un primer momento buenas migas con Jaia, era generalmente la encargada de hacer entre conferencia y conferencia, el ya tradicional paseo en auto por la zona, y la impresión era la misma: ”el bosque está cediendo ante el furioso embate de la civilización… o mejor dicho, de la barbarie”

Jaime sentía predilección por el ambiente que generaba en el parque del centro cultural, la presencia de esos enormes y añosos eucaliptos, y era común que se refiriera tanto a ellos como a los pájaros que dos por tres musicalizaban con sus trinos las palabras que dirigía al público.

Lecuna y Barylko, Centro Cultural Pueblo Blanco

En alguna medida, ese deseo de volver a Pueblo Blanco a dar sus conferencias, a tomar contacto con su público, quizás lo haya ayudado en su recuperación. Luchar contra su enfermedad, sobreponerse a la leucemia, tolerar los transplantes de médula, era una tarea que le demandaba muchísima energía, pero no obstante Jaime salía adelante, y el verano lo sorprendía nuevamente caminando entre los árboles de Pueblo Blanco y de San Rafael.

Hacia octubre de 2002, como lo venía haciendo todos los años, intenté comunicarme con él por teléfono y por Email, pero no obtuve respuesta. Supuse que andaría de gira con sus conferencias, o dando alguna clase en algún lugar de la geografía. Finalmente, hacia fines de año, un familiar respondió a mi llamado, diciéndome que Jaime estaba internado en la clínica Fundaleu. Lo vi dos veces. La última, unos días antes de su muerte. Me preguntó por mis hijos, particularmente por mi hija mayor por la que sentía cierta predilección “con perdón de tus otros hijos e hija”, le dije que tenía que ponerse muy bien para ir a dar sus conferencias a Pueblo Blanco, y entrecerrando los ojos, como viéndolos, dijo: “Esos árboles, esos bellos árboles…”

Jaime falleció el 24 de diciembre de 2002, pero ese detalle es una mera contingencia de la cual ninguno tarde o temprano va a escapar. Pero a distingo de tantos millones de seres humanos que pasan por la vida sin dejar huella, él, el hombre integral, el sabio, el filósofo, el pensador, el que tendía lazos de amistad y diálogo entre las religiones, el padre espiritual, el amigo, sigue vivo en su prolífica obra, que es hija de su mente, y sigue vivo en el corazón de quienes conociéndolo personalmente o a través de sus escritos, lo sentimos definitivamente formando parte de nosotros mismos.

No por casualidad sino por causalidad, gracias a los que ya aportaron y a quienes seguirán colaborando, se está creando en Israel un bosque con su nombre. El bosque Jaime Barylko es otra manera de tener presente a este hombre-árbol, que nos alimentó y nos seguirá alimentando con los frutos de su pensamiento, con sus atinadas sugerencias, con sus sabias reflexiones.

Ricardo Marcángeli, Luis Alberto Lecuna, Jaime Barylko

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